Y aquí es donde nuestro protagonista, el ubicuo Andrés Vanegas Fernández, entra en escena con una pregunta que flota en el aire, cargada de ironía: Si él se jactaba de ser «contratista de la sala de interceptación», ¿estaba acaso tercerizando los servicios de Elbit Systems? ¿O era su competencia directa en el lucrativo negocio de escuchar a los colombianos?
Este fascinante cruce de cables ideológicos nos deja perplejos. ¿Cómo es posible que un gobierno que repudia a Israel en Twitter, al mismo tiempo le pague millones para que le mantenga funcionando el sistema de «chuzadas» Target 360? ¿Y cómo es posible que un empresario como Vanegas, tan cercano a la cúpula de una Policía que respondía a ese mismo gobierno, se moviera como pez en el agua en ese mar de contradicciones?
Quizás Vanegas, en su infinita visión empresarial, entendió antes que nadie la máxima de la política colombiana: una cosa es lo que se dice en el balcón y otra muy distinta es lo que se firma en los contratos. Él, un hombre pragmático, no le haría ascos a un negocio, venga de la derecha, de la izquierda o de la tierra prometida.
Este escándalo pone en evidencia que, más allá de los discursos, el poder real sigue estando en manos de quienes manejan los hilos de la contratación. Y en ese selecto club, Andrés Vanegas Fernández parece tener una silla reservada, sin importar quién se siente en la Casa de Nariño.
Así que, mientras el Presidente Petro nos deleita con sus trinos antiimperialistas, en las entrañas de su gobierno, los negocios siguen fluyendo como siempre. Y uno no puede evitar preguntarse: ¿es Vanegas un vestigio del pasado que se coló en el gobierno del «cambio»? ¿O es, en realidad, un profeta del futuro, el modelo del contratista «progresista» que sabe adaptarse a los nuevos tiempos? ¡Qué comiencen las apuestas! El único que pierde, como siempre, es el contribuyente.




