Mientras en los auditorios y las universidades hablaba de «networking», «proyecciones a largo plazo» y «modelos SaaS para atraer inversores», en los oscuros rincones del poder, presuntamente, tejía una red de corrupción que le habría permitido amasar una fortuna a costa del Estado.
La hemeroteca está llena de entrevistas y reportajes en los que Vanegas se presenta como un empresario hecho a pulso, un hombre que, gracias a su ingenio y a su esfuerzo, había logrado llevar a su empresa, IMEXHS, a cotizar en la Bolsa de Australia. Un hito que, sin duda, es digno de admiración.
Pero lo que Vanegas no contaba en sus charlas motivacionales es que, mientras su empresa de software médico triunfaba en el exterior, en Colombia habría montado un «chuzo» llamado Data Tactical Management (DTM SAS), con el que, presuntamente, se dedicaba a un negocio mucho más lucrativo: la contratación con el Estado.
Y es que, mientras a los jóvenes emprendedores les recomendaba «enfocarse en software para nichos como la gestión diaria», él, al parecer, se enfocaba en un nicho mucho más rentable: los contratos «sastre» con la Policía Nacional.
Esta doble vida de Vanegas es, quizás, el aspecto más perverso de esta historia. Porque no solo se habría enriquecido ilícitamente, sino que también habría engañado a toda una generación de jóvenes que veían en él un ejemplo a seguir. Les vendió un sueño, el sueño del emprendimiento y la innovación, mientras él, presuntamente, amasaba su fortuna con las viejas mañas de la corrupción y el tráfico de influencias.
Incluso, en un acto de cinismo supremo, Vanegas se presentaba como un filántropo, colaborando con ONG’s como The Exodus Road en temas de trata de personas. Una máscara de bondad que se cae a pedazos ante las graves acusaciones que hoy lo señalan como el presunto cerebro de una red criminal que se habría apoderado de la institución encargada, precisamente, de combatir a las mafias.
La historia de Andrés Vanegas Fernández es la de un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde criollo. Un hombre que, a la luz del día, era un empresario ejemplar, pero que, al caer la noche, se transformaba en un «asesor en la sombra» que movía los hilos del poder a su antojo.
Es hora de que el país conozca la verdadera cara de este falso profeta del emprendimiento. Es hora de que los jóvenes a los que intentó adoctrinar con sus discursos vacíos sepan que el éxito fácil, el que se consigue a través de atajos y trampas, siempre termina pasando factura. Y la de Vanegas, al parecer, ya ha llegado. ¡Que caiga la máscara del gurú y que la justicia revele al verdadero monstruo!





